El fracaso escolar
Abordemos a continuación la expresión “fracaso escolar”. En la mayoría de casos se dice erróneamente que hay fracaso escolar cuando el alumno tiene un bajo rendimiento en relación al aprendizaje y no adquiere los conocimientos mínimos necesarios por etapa. Pero el fracaso escolar no se reduce a eso, sino que también engloba las dificultades en el desarrollo de la dimensión personal y social de la persona, además de manifestaciones de rechazo y aversión al aprendizaje y al colegio.
El primer paso para evitar el fracaso escolar pasa por un correcta detección. Alguno de los indicadores que nos pueden servir de alarma serían la bajada en el rendimiento escolar, episodios de mala conducta, malestar a nivel personal y social, y en general una desmotivación en todo lo relacionado con la escuela.
1. Los aprendizajes y estrategias previas adquiridas.
2. Las habilidades cognitivas o intelectuales.
3. La predisposición emocional y mental.
4. El grado de compromiso, esfuerzo y dedicación que tiene el alumno con sus tareas, determinado en la mayoría de los casos por la experiencia que ha vivido del entorno social (familia, sociedad) que lo rodea.
Y son en estas cuatro dimensiones donde encontramos las causas y soluciones al mismo tiempo para prevenir o solucionar el fracaso escolar.
Dentro de la dimensión de los aprendizajes previos adquiridos, hemos de observar: a) el nivel de lecto-escritura que muestra el alumno, ya que esta es la principal herramienta de acceso al conocimiento b) los hábitos y técnicas de estudio c) el bagaje de conocimientos generales que muestra. Posteriormente, en función de estas tres variables, se ha de plantear un refuerzo escolar, proporcionar una serie de técnicas de estudio adecuadas o implantar unos hábitos de estudios correctos.
Dentro de las capacidades cognitivas hemos de observar las capacidades intelectuales, las habilidades básicas de aprendizaje, los posibles trastornos de la lecto-escritura o las dificultades de atención entre otras, y en función de la dificultad observada, plantear un diagnóstico psicopedagógico, poner en práctica herramientas curriculares tal y como las adaptaciones curriculares o utilizar métodos didácticos que tengan en cuenta la diversidad.
Situados en la dimensión emocional, hemos de observar la autoestima, el nivel de sociabilidad, el estado de ánimo que muestra el alumno y la ansiedad en el caso de que haya, para posteriormente tratar estas cuestiones con una adecuada orientación familiar, un seguimiento tutorial o una derivación al psicólogo en aquellos casos más necesarios.
Finalmente, hemos de fijarnos en el grado de implicación que tiene el alumno con sus tareas. Si echamos un vistazo a nuestras aulas, observamos que la “cultura del esfuerzo” que predominaba en otras épocas actualmente está desapareciendo. Hoy en día valores como el esfuerzo y el sacrifico están en desuso, encontrándonos alumnos que se acostumbran a que se lo den todo hecho sin tener que esforzarse para nada. Pero claro está que esto no sólo es culpa de los alumnos, sino que la concepción que hoy en día se tiene de la educación, las actitudes y valores sociales adquiridos, además de los hábitos que nos transmiten la sociedad, tienen un papel específico en la influencia que perciben nuestros alumnos. De ahí en la necesidad temprana de incidir en los valores adecuados, en aumentar la exigencia y el esfuerzo y por supuesto, en valorar y modificar los hábitos familiares.
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